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Médicos
explotados
Hubo una época
en que a los hombres no se les pagaba por su trabajo. A esto se
le llamó esclavitud. Tuvieron que pasar siglos enteros para que
la humanidad reconociera la dignidad de los esclavos, que al
final no eran más que un grupo de hombres y mujeres cuyo
trabajo, como el de todos, merecía una remuneración y un trato
justo. En su momento, cientos abogaron por la abolición de esta
injusticia hasta lograrlo y, en Colombia, se pensaría hoy que
no hay esclavitud, pues en pleno siglo XXI es inconcebible. Pero
después de analizar el fenómeno de los programas de formación
de especialidades médicoquirúrgicas ofrecidos por las
universidades colombianas y las condiciones a las que se someten
a los médicos profesionales en estos programas (donde los
llaman residentes), no vacilo en afirmar que este, nuestro país,
es el que tiene uno de los mayores índices de una nueva forma
de esclavitud.
Como muchos
aspectos de nuestra época (comunicaciones, tecnología,
transporte, ciencia, etcétera), la esclavitud también ha
evolucionado de manera vertiginosa y hoy ha alcanzado un grado
de sofisticación desafortunado. Hoy no sólo no se les paga a
los esclavos, sino que se les cobra por su trabajo. Ni siquiera
se les da comida o un hogar como antaño, pero sí se les hace
trabajar de día y de noche y de lunes a domingo.
En la década
de los noventa, los hospitales universitarios decidieron dejar
de pagarles a los residentes (médicos generales) por sus
servicios profesionales y las universidades con el argumento de
que se está otorgando un título, decidieron empezar a
cobrarles con el pretexto de que están aprendiendo mientras
trabajan.
El supuesto
proceso de aprendizaje en el que se sustenta el cobro de una
matrícula que puede alcanzar hasta los 20 salarios mínimos por
semestre, corresponde a que el residente asume las siguientes
responsabilidades durante tres, cuatro o cinco años dependiendo
de la duración del programa, en un hospital determinado que
tiene convenio con la universidad: 1. Realizar todas las
actividades asistenciales que le sean designadas (evolucionar,
formular, controlar, realizar procedimientos, etcétera); 2.
Cumplir con un horario de trabajo en el hospital, el cual
corresponde en promedio a 12 horas diarias de lunes a sábado
(72 horas semana); 3. Realizar, adicionalmente al horario que
cumple, turnos por la noche, los domingos y los festivos; 4.
Asumir la responsabilidad médica, ética y legal sobre el
cuidado del paciente; 5. Desempeñar funciones de docencia con
los estudiantes de pregrado de medicina del hospital; 6.
Realizar investigación con su respectiva producción científica;
y 7. Estar subordinados a uno o más especialistas. En otras
palabras, el proceso de aprendizaje consiste en que el residente
se concentra en un área específica de la medicina y trabaja
como médico general, en un hospital en dicha área durante
hasta cinco años. Imaginen que un comunicador social
profesional que quiere trabajar en prensa escrita debiera
pagarle a una universidad por trabajar en un medio de comunicación
de estas características, hasta por cinco años sin recibir
remuneración por ello, con el pretexto de que está aprendiendo
mientras trabaja.
Pero la
situación es aún peor de preocupante. Por otro lado, pese a
estas responsabilidades que asume el residente en el hospital,
éste no recibe pago alguno por los servicios profesionales que
presta. Es bien conocido que los hospitales universitarios se
mantienen en pie y funcionan gracias al trabajo de los
residentes: por ejemplo, un hospital factura la ayudantía quirúrgica
realizada por un residente en una cirugía, pero no le paga nada
por dicha ayudantía. Si el hospital no tuviera al residente,
debería contratar a otro médico general para que realizara
dicha ayudantía. En este sentido, el residente está prestando
sus servicios y el hospital se está lucrando de ello sin
reconocerle lo que le corresponde. Un residente de cirugía
puede llegar a realizar en un día, cinco o más ayudantías
quirúrgicas que serán facturadas por el hospital. Entonces, ¿por
qué si el hospital devenga por el trabajo de estos
profesionales de la salud no les reconoce los honorarios que les
corresponden por su trabajo? De igual forma, que una universidad
exija el pago de matrícula por un proceso de aprendizaje que se
da naturalmente en cualquier puesto de trabajo implica el cobro
de un servicio que no se está prestando (no lo presta la
universidad). Entonces, ¿por qué el costo de los programas de
postgrado en especialidades médicoquirúrgicas es tan elevado
si la universidad participa mínimamente en el proceso de
aprendizaje?
En pocas
palabras, lo que muestra esta situación es que si uno aprende
mientras trabaja como profesional certificado, se corre el
riesgo de tener que pagarle por ello a una universidad que se
asoció con una empresa.
Según el código
sustantivo del trabajo, en Colombia existe un contrato laboral
siempre que haya prestación personal del servicio, exista
subordinación o dependencia y haya remuneración. En el caso
expuesto, es evidente que se cumplen las dos primeras características
y aunque la tercera condición no existe, esta requiere una
explicación adicional sobre el intrincado financiero de las
especialidades médicoquirúrgicas: por un lado, los residentes,
como se mencionó, deben pagarle a la universidad que certifica
el título una matrícula que equivale a un promedio de 3
salarios mínimos mensuales durante tres, cuatro o cinco años,
dependiendo de la duración de la especialidad. Por su parte, la
universidad con esta matrícula le paga al hospital un
porcentaje por el tiempo que el residente trabaja en el
hospital. Hasta acá, es evidente que no existe una remuneración
sino que se cobra por aprender en el trabajo. Pero, por otro
lado, entre la universidad y el hospital, por ley, cotizan a
salud y pensión en nombre del residente sobre una base
equivalente a un salario mínimo, es decir, que tanto la ley, la
universidad y el hospital reconocen que el residente es un
trabajador y por ello cotizan en su nombre; en otras palabras,
reconocen tácitamente que debería existir una remuneración,
aunque esta en la realidad no se produce.
Antes de la
primera mitad de la década de los noventa se les reconocía a
los residentes un salario por su trabajo. Después de ello, se
les empezó a cobrar por trabajar con el pretexto de que están
aprendiendo. Y en pocas palabras, cuando a un trabajador no se
le paga por sus servicios, se llama esclavitud. Sí, una forma
moderna de esclavitud disfrazada bajo el manto de la educación.
Está bien pagar por el servicio de la educación, pero está
mal y atenta contra los derechos humanos no pagar por el
trabajo, y peor aún, usufructuar por servicios no prestados y
sin justa causa. Colombia es uno de los pocos países donde esto
sucede, pues en la inmensa mayoría de países en vía de
desarrollo y desarrollados a los residentes, como debe ser, se
les paga un salario por sus servicios y por su trabajo.
Las
consecuencias de esta situación, como las de cualquier
injusticia, son evidentes y tienen un impacto inmenso en el país:
entre el 2004 y el 2006, 1.034 médicos homologaron su título
en España, con el fin de trabajar allí e ingresar a estudiar
una especialidad médicoquirúrgica en dicho país, donde como
es de esperar, sí se les reconoce un salario. Otros destinos a
los cuales emigran los médicos para estudiar su programa de
postgrado (y tal vez nunca regresar) son Estados Unidos,
Australia, Argentina, México, Brasil y Chile, donde también se
les paga por ello. Sin embargo, este fenómeno, denominado
"fuga de cerebros", no está enteramente cuantificado
por el Ministerio de Educación Nacional; pero lo cierto es que
el país enfrenta un déficit de especialistas en medicina, como
lo señaló un estudio realizado por el Centro de Proyectos para
el Desarrollo (Cendex) de 2009, que alertó sobre la inminente
escasez de especialistas de la medicina que afrontará el país
a partir del 2011.
Este breve
artículo no pretende convertirse en un llamado a los residentes
para que hagan una movilización o un paro exigiendo sus
derechos. No, los paros son para los perezosos, las
movilizaciones son improductivas y tengo claro que los
residentes no abandonarían la responsabilidad que tienen con
sus pacientes a pesar de lo indigno de sus condiciones
laborales. Por el contrario, este artículo es una invitación a
las universidades y a los hospitales para que hagan lo correcto
y actúen con justicia. A su vez, es una crítica abierta a la
Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), a
las asociaciones científicas de medicina y a la Academia
Nacional de Medicina por no garantizar unas condiciones dignas
para los futuros especialistas del país, que, siendo
profesionales y prestando sus servicios, no reciben honorario
alguno por ello. Los médicos son los guardianes de su profesión
y, como tal, son los médicos decanos de las facultades de
medicina y los médicos directores de los hospitales
universitarios quienes deben eliminar esta forma moderna de
esclavitud, actuar justamente y remunerar a los residentes por
su trabajo, como es debido y como lo manda la ley. Este hecho es
una atrocidad que debe ser corregida cuanto antes y todos los médicos
deberían exigirlo.
El riesgo
que corre el país de que esta práctica se expanda a otras
profesiones con las llamadas maestrías en profundización que
ya empiezan a proponer modelos similares (que un profesional
trabaje y cobrarle porque aprende trabajando), es muy grande y
se debe dejar claridad desde ya sobre este hecho: las prácticas
profesionales en los programas de postgrado deben ser
remuneradas en tanto que son profesionales certificados quienes
le están prestando sus servicios profesionales a una empresa
que tiene convenio con una universidad. En este sentido, las
universidades, aquellas instituciones que forman a los futuros líderes
del país, deberían demostrar que la ética es su valor rector
y actuar en consecuencia en el caso referido y en los riesgos señalados
en este último apartado.
Cuando uno
debe escoger entre pagar por un trabajo para el que se está
capacitado, no ejercer su profesión o abandonar su país para
ejercerla en condiciones dignas, se puede afirmar que no hay
libertad. Y a esto último, ya sabemos cómo se le llama.
Finalmente,
aquellos que hoy están a cargo del destino de la profesión médica
serán los que determinarán si se mantienen estas condiciones,
o si, por el contrario, se dará el justo reconocimiento al
trabajo de estos profesionales de la medicina.
Arturo Argüello Ospina
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/esclavitud-moderna_7595407-1
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