BOLETIN INFORMATICA & SALUD - Boletín del Consumidor de Medicamentos
ISSN- 0121-4675 | Res.Min.Gob.0036/1991 | Año 20 Abril 2010 | Bogotá 15 de abril de 2010
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Médicos explotados

Hubo una época en que a los hombres no se les pagaba por su trabajo. A esto se le llamó esclavitud. Tuvieron que pasar siglos enteros para que la humanidad reconociera la dignidad de los esclavos, que al final no eran más que un grupo de hombres y mujeres cuyo trabajo, como el de todos, merecía una remuneración y un trato justo. En su momento, cientos abogaron por la abolición de esta injusticia hasta lograrlo y, en Colombia, se pensaría hoy que no hay esclavitud, pues en pleno siglo XXI es inconcebible. Pero después de analizar el fenómeno de los programas de formación de especialidades médicoquirúrgicas ofrecidos por las universidades colombianas y las condiciones a las que se someten a los médicos profesionales en estos programas (donde los llaman residentes), no vacilo en afirmar que este, nuestro país, es el que tiene uno de los mayores índices de una nueva forma de esclavitud. 

Como muchos aspectos de nuestra época (comunicaciones, tecnología, transporte, ciencia, etcétera), la esclavitud también ha evolucionado de manera vertiginosa y hoy ha alcanzado un grado de sofisticación desafortunado. Hoy no sólo no se les paga a los esclavos, sino que se les cobra por su trabajo. Ni siquiera se les da comida o un hogar como antaño, pero sí se les hace trabajar de día y de noche y de lunes a domingo.

En la década de los noventa, los hospitales universitarios decidieron dejar de pagarles a los residentes (médicos generales) por sus servicios profesionales y las universidades con el argumento de que se está otorgando un título, decidieron empezar a cobrarles con el pretexto de que están aprendiendo mientras trabajan.

El supuesto proceso de aprendizaje en el que se sustenta el cobro de una matrícula que puede alcanzar hasta los 20 salarios mínimos por semestre, corresponde a que el residente asume las siguientes responsabilidades durante tres, cuatro o cinco años dependiendo de la duración del programa, en un hospital determinado que tiene convenio con la universidad: 1. Realizar todas las actividades asistenciales que le sean designadas (evolucionar, formular, controlar, realizar procedimientos, etcétera); 2. Cumplir con un horario de trabajo en el hospital, el cual corresponde en promedio a 12 horas diarias de lunes a sábado (72 horas semana); 3. Realizar, adicionalmente al horario que cumple, turnos por la noche, los domingos y los festivos; 4. Asumir la responsabilidad médica, ética y legal sobre el cuidado del paciente; 5. Desempeñar funciones de docencia con los estudiantes de pregrado de medicina del hospital; 6. Realizar investigación con su respectiva producción científica; y 7. Estar subordinados a uno o más especialistas. En otras palabras, el proceso de aprendizaje consiste en que el residente se concentra en un área específica de la medicina y trabaja como médico general, en un hospital en dicha área durante hasta cinco años. Imaginen que un comunicador social profesional que quiere trabajar en prensa escrita debiera pagarle a una universidad por trabajar en un medio de comunicación de estas características, hasta por cinco años sin recibir remuneración por ello, con el pretexto de que está aprendiendo mientras trabaja. 

Pero la situación es aún peor de preocupante. Por otro lado, pese a estas responsabilidades que asume el residente en el hospital, éste no recibe pago alguno por los servicios profesionales que presta. Es bien conocido que los hospitales universitarios se mantienen en pie y funcionan gracias al trabajo de los residentes: por ejemplo, un hospital factura la ayudantía quirúrgica realizada por un residente en una cirugía, pero no le paga nada por dicha ayudantía. Si el hospital no tuviera al residente, debería contratar a otro médico general para que realizara dicha ayudantía. En este sentido, el residente está prestando sus servicios y el hospital se está lucrando de ello sin reconocerle lo que le corresponde. Un residente de cirugía puede llegar a realizar en un día, cinco o más ayudantías quirúrgicas que serán facturadas por el hospital. Entonces, ¿por qué si el hospital devenga por el trabajo de estos profesionales de la salud no les reconoce los honorarios que les corresponden por su trabajo? De igual forma, que una universidad exija el pago de matrícula por un proceso de aprendizaje que se da naturalmente en cualquier puesto de trabajo implica el cobro de un servicio que no se está prestando (no lo presta la universidad). Entonces, ¿por qué el costo de los programas de postgrado en especialidades médicoquirúrgicas es tan elevado si la universidad participa mínimamente en el proceso de aprendizaje?

En pocas palabras, lo que muestra esta situación es que si uno aprende mientras trabaja como profesional certificado, se corre el riesgo de tener que pagarle por ello a una universidad que se asoció con una empresa.

Según el código sustantivo del trabajo, en Colombia existe un contrato laboral siempre que haya prestación personal del servicio, exista subordinación o dependencia y haya remuneración. En el caso expuesto, es evidente que se cumplen las dos primeras características y aunque la tercera condición no existe, esta requiere una explicación adicional sobre el intrincado financiero de las especialidades médicoquirúrgicas: por un lado, los residentes, como se mencionó, deben pagarle a la universidad que certifica el título una matrícula que equivale a un promedio de 3 salarios mínimos mensuales durante tres, cuatro o cinco años, dependiendo de la duración de la especialidad. Por su parte, la universidad con esta matrícula le paga al hospital un porcentaje por el tiempo que el residente trabaja en el hospital. Hasta acá, es evidente que no existe una remuneración sino que se cobra por aprender en el trabajo. Pero, por otro lado, entre la universidad y el hospital, por ley, cotizan a salud y pensión en nombre del residente sobre una base equivalente a un salario mínimo, es decir, que tanto la ley, la universidad y el hospital reconocen que el residente es un trabajador y por ello cotizan en su nombre; en otras palabras, reconocen tácitamente que debería existir una remuneración, aunque esta en la realidad no se produce.

Antes de la primera mitad de la década de los noventa se les reconocía a los residentes un salario por su trabajo. Después de ello, se les empezó a cobrar por trabajar con el pretexto de que están aprendiendo. Y en pocas palabras, cuando a un trabajador no se le paga por sus servicios, se llama esclavitud. Sí, una forma moderna de esclavitud disfrazada bajo el manto de la educación. Está bien pagar por el servicio de la educación, pero está mal y atenta contra los derechos humanos no pagar por el trabajo, y peor aún, usufructuar por servicios no prestados y sin justa causa. Colombia es uno de los pocos países donde esto sucede, pues en la inmensa mayoría de países en vía de desarrollo y desarrollados a los residentes, como debe ser, se les paga un salario por sus servicios y por su trabajo. 

Las consecuencias de esta situación, como las de cualquier injusticia, son evidentes y tienen un impacto inmenso en el país: entre el 2004 y el 2006, 1.034 médicos homologaron su título en España, con el fin de trabajar allí e ingresar a estudiar una especialidad médicoquirúrgica en dicho país, donde como es de esperar, sí se les reconoce un salario. Otros destinos a los cuales emigran los médicos para estudiar su programa de postgrado (y tal vez nunca regresar) son Estados Unidos, Australia, Argentina, México, Brasil y Chile, donde también se les paga por ello. Sin embargo, este fenómeno, denominado "fuga de cerebros", no está enteramente cuantificado por el Ministerio de Educación Nacional; pero lo cierto es que el país enfrenta un déficit de especialistas en medicina, como lo señaló un estudio realizado por el Centro de Proyectos para el Desarrollo (Cendex) de 2009, que alertó sobre la inminente escasez de especialistas de la medicina que afrontará el país a partir del 2011.  

Este breve artículo no pretende convertirse en un llamado a los residentes para que hagan una movilización o un paro exigiendo sus derechos. No, los paros son para los perezosos, las movilizaciones son improductivas y tengo claro que los residentes no abandonarían la responsabilidad que tienen con sus pacientes a pesar de lo indigno de sus condiciones laborales. Por el contrario, este artículo es una invitación a las universidades y a los hospitales para que hagan lo correcto y actúen con justicia. A su vez, es una crítica abierta a la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), a las asociaciones científicas de medicina y a la Academia Nacional de Medicina por no garantizar unas condiciones dignas para los futuros especialistas del país, que, siendo profesionales y prestando sus servicios, no reciben honorario alguno por ello. Los médicos son los guardianes de su profesión y, como tal, son los médicos decanos de las facultades de medicina y los médicos directores de los hospitales universitarios quienes deben eliminar esta forma moderna de esclavitud, actuar justamente y remunerar a los residentes por su trabajo, como es debido y como lo manda la ley. Este hecho es una atrocidad que debe ser corregida cuanto antes y todos los médicos deberían exigirlo.

El riesgo que corre el país de que esta práctica se expanda a otras profesiones con las llamadas maestrías en profundización que ya empiezan a proponer modelos similares (que un profesional trabaje y cobrarle porque aprende trabajando), es muy grande y se debe dejar claridad desde ya sobre este hecho: las prácticas profesionales en los programas de postgrado deben ser remuneradas en tanto que son profesionales certificados quienes le están prestando sus servicios profesionales a una empresa que tiene convenio con una universidad. En este sentido, las universidades, aquellas instituciones que forman a los futuros líderes del país, deberían demostrar que la ética es su valor rector y actuar en consecuencia en el caso referido y en los riesgos señalados en este último apartado. 

Cuando uno debe escoger entre pagar por un trabajo para el que se está capacitado, no ejercer su profesión o abandonar su país para ejercerla en condiciones dignas, se puede afirmar que no hay libertad. Y a esto último, ya sabemos cómo se le llama. 

Finalmente, aquellos que hoy están a cargo del destino de la profesión médica serán los que determinarán si se mantienen estas condiciones, o si, por el contrario, se dará el justo reconocimiento al trabajo de estos profesionales de la medicina.

Arturo Argüello Ospina
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/esclavitud-moderna_7595407-1


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