La
FEDERACIÓN
MÉDICA COLOMBIANA
se
complace en FELICITAR a usted
por una nueva celebración del
DÍA
PANAMERICANO DEL MÉDICO
Este día
está dedicado a quienes formamos el pilar fundamental de
los sistemas de atención en salud en todo el mundo; quienes
ofrecemos nuestros conocimientos y dedicación para
recuperar la salud y preservar la vida de las personas.
SERGIO
ISAZA VILLA
Presidente
FEDERACIÓN MÉDICA COLOMBIANA
Para
reflexionar sobre medicamentos
en el Día Mundial de Lucha Contra el Sida,
el Día del Químico-Farmacéutico
y el Día Panamericano del Médico
Transcribimos en este espacio el reportaje de Emilio de
Benito publicado el 01dic2007 por EL
PAIS de España y difundido por Martín Cañás
en dialogosfarmaops@gruposyahoo.com.
Bajo el título "Las
farmacéuticas ceden a la presión: Los laboratorios
empiezan a vender fármacos del sida más baratos a países
pobres - Responden al desafío de los genéricos y a la crítica
social" el autor platea algunas consideraciones que
deben llamarnos a la reflexión:
(El
resaltado en negrita de las frases iniciales de cada
párrafo, no corresponde al original sino a la
transcripción)
Novedades en el panorama
del sida: las grandes farmacéuticas han empezado a ceder y
están facilitando tratamientos a precio de coste en países
pobres. El objetivo es frenar a los genéricos -que se
han implantado ya en India y Brasil- y responder a la
creciente presión de una opinión pública que ya no queda
muda ante una enfermedad de contrastes dramáticos: es crónica
en el mundo rico, pero sigue matando a 2,1 millones de
personas al año en el pobre.
Tres pastillas al día
son la diferencia entre sufrir un sida crónico o una
sentencia de muerte. Pero decidir quién accede a ellas no
está en la mano de los afectados. Vivir en un país u
otro marca la diferencia. En la mayoría del mundo, no hay
opción. Cada día, más de cinco millones de personas se
van a la cama sin esperanzas. Deberían tomar tratamiento,
pero éste es muy caro y ni ellos ni sus gobiernos pueden
pagarlo. Son el 70% de los siete millones de personas con
sida cuyo expectativa es sólo la de empeorar. Y morir.
Pero dos millones de
personas que viven en países pobres sí tienen acceso a los
antivirales. Son uno de cada tres infectados. Una cifra
muy superior a los 700.000 que recibían tratamiento en
2005, aunque proporcionalmente el ascenso haya sido de cinco
puntos: del 23% de quienes lo necesitaban entonces al 28%
actual. Su futuro es mucho mejor. Viven una situación
similar a la de los países ricos, que ha llevado a que
científicos y administraciones hablen sin tapujos de la
cronificación de la enfermedad. En España, por ejemplo, el
tratamiento es universal, pero a un elevado precio (más de
8.000 euros al año por persona) que paga la sanidad pública.
Hace 10 años que se
conocen los tratamientos necesarios para que la mayoría de
enfermos de sida puedan llevar una vida casi normal. ¿Por
qué no hemos sido capaces de dárselos? Si se pregunta
a las ONG, hay un culpable principal: la industria farmacéutica,
con su defensa de las patentes. Pero esta visión admite
matices. Los laboratorios siguen una política de palo y
zanahoria. Las presiones de las ONG y la competencia de los
genéricos han logrado que cedan y rebajen los precios: de
los 8.000 euros que cuesta en Occidente un tratamiento
anual, a menos de 300 euros al año.
Gracias a la movilización
de activistas y gobiernos, se ha conseguido un sistema de
dobles y triples precios. A cambio de mantener las
ganancias que consiguen en los países ricos, los
laboratorios han accedido a rebajar sus medicamentos en los
pobres. Según afirman los fabricantes, los venden a precio
de coste.
Un artículo publicado el
15 de noviembre en la revista New England Journal of
Medicine refleja esta situación. Una terapia de primera
línea (la que se da a un paciente recién diagnosticado) se
vende en un país de ingresos medios por unos 700 euros al año.
Si el país es pobre, los medicamentos de marca pueden
conseguirse por algo más de 400. Estas cifras pueden ser
incluso inferiores. Para ello basta con que los gobiernos,
en vez de usar el producto de marca, utilicen un genérico.
Entonces, el precio puede caer hasta los 330 euros, menos de
uno al día.
El problema está en que
muchos gobiernos no pueden optar por los genéricos. Para
hacerlo tendrían que romper las patentes que protegen los fármacos
de marca durante 20 años. Y una decisión así no está
exenta de riesgos. Los países más pobres dependen en gran
parte de la ayuda internacional. Y muchas veces ésta queda
condicionada a su respeto a las patentes.
Es lo que sucede con los más
pobres entre los pobres. Aparte de los fondos de la ONU,
reciben una importante aportación del Programa Especial del
Presidente de EE UU para el Sida (Pepfar en inglés). Esta
iniciativa cuenta con 1.000 millones de dólares (673
millones de euros). Pero no es una ayuda desinteresada. Para
recibir la aportación, los gobiernos tienen que
comprometerse a respetar las patentes -aparte de a dedicar
una parte de la ayuda a programas que fomenten la castidad-.
Y el poder de EE UU, sede de gran parte de los laboratorios
que fabrican antivirales, es incontestable.
Una solución está en
la intervención de algunas organizaciones sin ánimo de
lucro pero con gran poder mediático. En el artículo
mencionado se muestra que cuando interviene la Fundación
del ex presidente de EE UU Bill Clinton, el precio baja
hasta los 259 euros. Excesivo para muchas economías, pero
considerablemente inferior al ofertado inicialmente por los
laboratorios.
Lo peor es que,
legalmente, esos países no tendrían que esperar a la
beneficencia -lo que, por un lado, no garantiza un
suministro continuo y, por otro, impide que se desarrolle
una industria propia-. El derecho a la propiedad intelectual
de los fármacos está protegido por la Organización
Mundial del Comercio (OMC) por el llamado acuerdo ADPIC
(TRIPS en inglés) de 1995. Pero en 2003, en Doha (Qatar),
se acordó una excepción: un país podría emitir una
licencia obligatoria -es decir, saltarse la patente y
fabricar o importar genéricos sin sufrir represalias- si
vive una situación de "emergencia sanitaria". Y
pocos pueden poner en duda que el sida, en países con tasas
de infección en adultos de más del 20% (el extremo sur de
África), lo es.