Independientemente
de si se está de acuerdo o no con la visión de dichos activista
europeos sobre los OGM, lo cierto es que en gran medida la
trayectoria de la innovación biotecnológica agrícola se vio
considerablemente afectada por estas campañas de desprestigio, y
dada su relevancia para el caso de la innovación farmacéutica,
vale la pena entender cómo se dio este proceso.
Este
es precisamente el argumento del libro de Rachel Schurman y
William Munro, “Making Biotech
History: Industry, Science and Social Activism“
(Construyendo la historia de la biotecnología: industria, ciencia
y activismo social) que se publicará el próximo año (2010) y
que muestra cómo la controversia en torno a los “transgénicos”
transformó la historia de la biotecnología. El libro nos muestra
además cómo las dos visiones encontradas con respecto a los OGM
representan, en últimas, dos formas distintas de ver el mundo,
una en la que prima el discurso de la audacia innovadora y la
confianza en la tecnología, y otra en la que prima el discurso de
la conservación, la humildad frente a la naturaleza, el
conocimiento de los
intereses económicos detrás de los esfuerzos innovadores y la
consecuente precaución que habría que tener frente a la tecnología.
Para
comprender mejor lo sucedido con los movimientos sociales
anti-OGM, y para lograr hacer un vínculo entre el campo de la
innovación agroindustrial y el de la innovación farmacéutica,
reseñaré brevemente el análisis y las conclusiones hechas por
los mismos autores en un artículo publicado muy recientemente en
el American Journal of
Sociology y titulado “Targeting capital: A cultural economy
approach to understanding the efficacy of two anti-genetic
engineering movements” (Identificando el capital: una aproximación
de economía cultural para entender la eficacia de dos movimientos
de anti-ingeniería genética)[2].
El
éxito de la movilización social anti-transgénicos
Para
explicar la trayectoria de los movimientos sociales anti-transgénicos,
el artículo de Schurman y Munro analiza las diferencias entre el
activismo británico y el activismo estadounidense. En particular,
sugiere una explicación para el hecho de que el primero (británico)
haya logrado influenciar las políticas regulatorias referentes a
la introducción de OGM en la producción de alimentos y el
segundo (estadounidense) haya alcanzado solo un cierto nivel de
impacto sobre la opinión pública, pero sin mayor influencia
sobre las decisiones gubernamentales al respecto.
El
movimiento británico data de los años 80s y en un principio,
antes de que la tecnología hubiera producido resultados
concretos, se concentró en combatirla mediante
“contra-experticia”, es decir, identificando desde el punto de
vista científico los posibles riesgos para la naturaleza y la
salud, y obligando a las agencias regulatorias a adoptar una
aproximación precavida y mesurada frente al tema.
Más
aun, a partir de 1996, cuando se comenzaron a introducir los
primeros productos con OGM en Europa, el movimiento diversificó
su estrategia y comenzó a influir en los potenciales consumidores
y en las cadenas de supermercados. Es así como los movimientos
anti-OGM británicos y europeos crearon un imaginario de los
transgénicos que los identificaba con algo poco natural,
desconocido y potencialmente muy riesgoso. Adicionalmente
concentraron sus campañas en contra de la transnacional Monsanto[3],
e iniciaron otra serie de campañas dirigidas a las grandes
cadenas de supermercados y a los consumidores, con el fin de
forzarlos a no comercializar ni consumir alimentos que contuvieran
OGM.
Entre
las herramientas que los activistas usaron para impactar a los
consumidores estaba un novedoso manual dirigido a compradores, con
el fin de que pudieran fácilmente identificar y evitar comprar
los productos que contuvieran OGM. Así mismo, establecieron
mecanismos de control mediante encuestas sobre las políticas de
los grandes supermercados frente a los alimentos con OGM.
Por
el contrario, los grupos activistas estadounidenses, si bien
tuvieron una estrategia similar, fueron mucho menos exitosos que
los británicos. En efecto, la mayoría de las agencias
reguladoras norteamericanas continuó teniendo una aproximación
pro-biotecnología (muy similar a la que pudimos ver frente al
tema de protección de datos para medicamentos biotecnológicos en
la entrega anterior de esta serie), a pesar de las múltiples
demandas legales y comunicaciones en contra emitidas por grupos de
la sociedad civil.
La
explicación para esta diferencia en efectividad entre los dos
movimientos sociales, el británico y el estadounidense, está en
los distintos niveles de receptividad de los consumidores, de los
supermercados, de los agricultores y de las agencias regulatorias,
en los dos países. En particular, los autores sugieren, por
ejemplo, que la
cultura económica de los supermercados británicos era más
vulnerable a la presión de los activistas ya que el ambiente era
fuertemente competitivo, por lo que un pequeño incremento o una
pequeña disminución en la cantidad de consumidores eran
cruciales para cada compañía. Así mismo, la cultura de los
consumidores británicos, si bien no era tan susceptible a cambios
en la calidad (como la de los franceses, por ejemplo), si era
bastante susceptible al discurso de los riesgos para la salud que
podían producir los alimentos genéticamente modificados.
Por
el contrario, en EE.UU. había pocas compañías comercializadoras
(grandes superficies) aunque diseminadas por todo el país y tenía
un poder concentrado ya desde los años 90, por lo que eran mucho
menos vulnerables a las amenazas de boycotts o sabotajes por parte
de los consumidores. Así mismo, los consumidores tradicionalmente
confiaban en la información provista por las compañías,
confiaban en las agencias regulatorias y confiaban en las
corporaciones, lo que tampoco facilitó la tarea de los activistas
que intentaban impactar las
conciencias de los compradores.
Por
otra parte, en lo referente a la producción, los agricultores
británicos no tenían una relación estrecha con las compañías
de biotecnología y no producían extensivamente maíz ni soya
(dos de los productos con mayor desarrollo en OGM), lo que también
facilitó la influencia de los movimientos sociales. En cambio,
los agroindustriales estadounidenses tenían y tienen aun hoy una
relación muy cercana con las compañías de semillas e insumos
biotecnológicos, en la medida en que esta industria se ha
encargado de ofrecerles a los agricultores beneficios económicos
significativos. Por esta razón, los grupos de activistas tampoco
pudieron influir efectivamente en los agricultores.
Similitudes
y diferencias entre la biotecnología agrícola y la farmacéutica
El
paralelo entre el caso de la tecnología de OGM y lo que ha
sucedido y podría suceder con la innovación biotecnológica en
el sector farmacéutico, hace relevante identificar puntos de
convergencia y divergencia entre el sector de los alimentos y el
de los medicamentos:
La
principal similitud que existe sin duda entre los dos sectores, el
agrícola y el farmacéutico, en lo referente a biotecnología, es
el impacto que ambas industrias tienen en la vida de los seres
humanos. Ambas industrias impactan directamente dos medios de la “vida
buena”, la alimentación y la salud, por lo que sin duda son
absolutamente prioritarias.
La
segunda gran similitud entre los dos sectores y su incursión en
la biotecnología es precisamente la complejidad y sofisticación
técnica de las innovaciones a las que nos enfrentamos. El efecto
más evidente de dicha sofisticación técnica es las dificultades
que enfrentan los movimientos de la sociedad civil para producir y
diseminar información de forma accesible para todos los públicos.
En este sentido, la experiencia de la movilización social en
torno a los alimentos genéticamente modificados podría ser un
buen ejemplo a seguir en la medida en que lograron combinar
estrategias de “contra-experticia” a la vez que fueron capaces
de producir materiales asequibles para la mayoría de la población.
En
cuanto a las diferencias, la más sobresaliente es que si bien en
el caso de los alimentos con OGM existía la posibilidad de
privarse de los mismos como una medida de precaución frente a los
riesgos que implicaban, lo mismo no se puede decir de los
medicamentos biotecnológicos, que muchas veces se constituyen en
aquello que separa la vida de la muerte.
Es
precisamente por esto que el movimiento social global sobre
“transgénicos” era un movimiento que avocaba, en un
principio, por la eliminación de los mismos; mientras que el
movimiento global frente a los medicamentos de alta tecnología es
un movimiento por el acceso universal a los mismos. Sin embargo,
al final y después de que los europeos recientemente cedieran la
moratoria a la introducción de OGM, ambos movimientos confluyen
en el llamado a la regulación de eta nueva tecnología con el fin
de minimizar los efectos adversos sobre la población.
La
segunda diferencia fundamental está en los miembros y la longitud
de la cadena global de producción y comercialización de ambos
tipos de bienes (alimentos y medicamentos), así como del rol que
juegan los consumidores en uno y otro sector. A continuación
desarrollaré más este tema:
La
cadena global farmacéutica y su importancia para la movilización
social
Uno
de los aspectos que resulta más interesante del artículo de
Schurman y Munro reseñado arriba es la integración que los
autores hacen entre la literatura de movimientos sociales y la de
cadenas globales de mercancías (global commodity chains) para
mostrar que el éxito o fracaso de un determinado movimiento
social depende, no sólo de su entorno político, sino también de
a qué integrantes de la cadena de comercialización decida
impactar.
Así,
el movimiento británico ejerció influencia en varios de los
eslabones de la cadena (agricultores, supermercados,
consumidores), e identificó las debilidades que cada eslabón tenía.
El movimiento estadounidense, por su parte, si bien intentó
impactar los mismos eslabones de la cadena, encontró más
fortalezas que debilidades en cada uno de los lazos, por lo que
fue mucho menos efectivo.
Una
de las nociones más interesantes de la teoría de las cadenas
globales de mercancías es que implica que entre más larga sea la
cadena, hay más puntos en donde puede ser interrumpida, y por lo
tanto hay más oportunidades de impacto para los movimientos
sociales.
Siguiendo
esta interpretación y considerando la importancia que tiene para
los movimientos sociales el comprender la estructura de las
cadenas globales de las mercancías, vale la pena analizar la
cadena global farmacéutica. Al hacer una revisión rápida y
superficial de dicha cadena, además de encontrar industriales,
distribuidores, y grandes proveedores públicos y privados, nos
encontramos con un actor prácticamente exclusivo[4]
de la cadena global farmacéutica: se trata de un intermediario
adicional que selecciona el producto pero no lo consume ni paga
por él; se trata de “el
médico”.
El
eslabón vital
en la cadena global farmacéutica: el médico
El
médico es un actor fundamental de la cadena global farmacéutica
en la medida en que, a diferencia de lo que sucede con los
alimentos, en el campo farmacéutico no es el consumidor sino el médico
quién toma las decisiones de consumo en representación de su
paciente. El médico por lo tanto, es el actor que debería contar
con la mejor información disponible para juzgar la calidad,
seguridad, y costo-beneficio de las alternativas terapéuticas.
Sin
embargo, el actor privilegiado que es el médico ha sido
tradicionalmente visto como un
intermediario más en la cadena, que ha sido manipulado por quienes
tienen fuertes intereses financieros en la comercialización de
uno u otro medicamento. Sin embargo, desde la óptica de la
longitud de la cadena global farmacéutica el médico puede también
ser visto como una oportunidad, un eslabón especial de la cadena
sobre el que se podría ejercer una influencia positiva.
Si
bien las relaciones entre el médico y la industria farmacéutica
han sido tradicionalmente muy criticadas, y si bien muchas veces
se ha considerado al médico como un actor cooptado y sobornado
por la industria, lo cierto es que esa es una visión cada vez
menos acertada. La relación entre el médico y la industria se
hace cada día más borrosa, con la excepción de una minoría de
médicos líderes que toman importantes decisiones de compra para
administradores y proveedores de salud, o que trabajan en sectores
primordialmente privados, y que por lo tanto siguen siendo
atractivos para los esfuerzos mercadotécnicos de la industria
farmacéutica.
Por
el contrario, la mayoría de médicos hoy se encuentra en
situaciones dramáticas de desprotección y destitución, al estar
atrapados entre las necesidades de sus pacientes y el afán de
beneficio económico y contención de costos de las aseguradoras y
proveedoras de salud para quienes trabajan. Ese debilitamiento de
la posición de poder del médico, si bien hace que pierda
atractivo para la industria, sin duda representa una oportunidad
para hacer de este importante eslabón un actor mucho más
empoderado, que posea toda la información necesaria y pueda
ponderar los beneficios para su paciente, a la vez que valora los
incentivos económicos que determinados actores pueden tener para
presionar ciertas decisiones de prescripción.
Es
con los médicos no cooptados
por la industria con quienes debe hacerse
“contra-experticia”, identificando desde el punto de
vista científico aquello que realmente constituye un avance
terapéutico, de aquello que es simple apología con fines
comerciales. Es con rigor científico que deben valorarse los
posibles beneficios de estos tratamientos frente a los riesgos que
implican sus efectos secundarios para los pacientes y sus costos
excesivamente elevados para la viabilidad financiera de los
sistemas de salud.
En
este contexto, solo si se consigue concientizar a los médicos de
la ponderación que debe existir entre los beneficios reales de los avances biotecnológicos
frente a los riesgos que implican para los
pacientes en lo clínico y para los sistemas de salud en lo
económico (como el caso colombiano, que está a punto del colapso
financiero por los sobrecostos de estos productos),
podremos completar los esfuerzos de defensa de la salud pública que ya se están
llevando a cabo en áreas tan importantes como la protección de
propiedad intelectual o la vigilancia farmacológica.
En
últimas, es el médico no cooptado el único eslabón de la cadena que cuenta
con una autoridad moral basada en un código de ética, y con una
autoridad científica al tener los elementos para entender la
complejidad farmacológica. Los médicos no cooptados tienen que adoptar con
responsabilidad su lugar protagónico en la cadena global farmacéutica,
es a ellos a quienes les corresponde jugar el rol que jugaron los
consumidores informados en el caso de los alimentos con OGM.
En
conclusión, es vital hacer disponible un sistema de información
independiente, de alto nivel científico, para los médicos no
cooptados, que brinde elementos objetivos para hacer
contrapeso a la información provista por la
industria. Es precisamente la identificación de esta necesidad lo
que justifica el esfuerzo de la Federación Médica Colombiana,
del Observatorio del Medicamento y de este Boletín.
[1]
Es decir, la manipulación misma de los genes de un determinado
organismo.
[2]
El artículo se puede consultar (aunque con costo) en: http://www.journals.uchicago.edu/toc/ajs/2009/115/1
[3]
Vea la
campaña “Millions Against Monsanto” en http://www.organicconsumers.org/monlink.cfm
con un video muy interesante titulado “El mundo según
Monsanto”.
[4]
Digo
particularmente exclusivo porque las cadenas globales de insumos médicos
y métodos diagnósticos podrían considerarse muy similares a la
farmacéutica.
Favor enviar
sus sugerencias y comentarios a andia@observamed.org
Observatorio del Medicamento - Federación Médica
Colombiana
Homenaje
al Maestro Dr. Enrique Núñez Olarte QF, MD, BQ
https://www.med-informatica.net/BIS/WebMail_30nov06dic09.htm
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